martes, 16 de mayo de 2017



El Papa Bergoglio no es sino la consecuencia de una iglesia profundamente angustiada por defender su supervivencia mostrando solo en apariencias su capacidad de adaptación a lo que para ella representa el mayor desafío al que se ha visto enfrentada en sus 20 siglos de existencia: la revolución tecnológica. Pero en absoluto lo está consiguiendo. El vaticano en el mundo actual es la única enseña del imperio romano, nacida en sus estertores, que ha logrado sobrevivir, gracias al uso que del pragmatismo hace a su exclusiva conveniencia, y cuyo verdadero objetivo no es otro que el de mantenerse a expensas de la ignorancia, la simpleza, las dudas y temores de las gentes sencillas y menos favorecidas intelectualmente en todos los territorios por él conquistados. Gracias a eso, es que ha podido disfrutar de los ingentes privilegios que con esto ha conseguido a lo largo de su muy cuestionable historia. La iglesia católica se librará del enorme desprestigio que tiene encima el día que sus funcionarios sean en su gran mayoría gentes honradas, hombres y mujeres que no hayan acudido a refugiarse en ella por no ser capaces de enfrentar sus consciencias y sus pasiones con valentía, que no usen los hábitos y las sotanas para esconder la naturaleza de sus verdaderos apetitos; el día que la iglesia católica logre descontaminarse de esa plaga de FARSANTES que mayoritariamente la componen, y en ella confluyan solo los mas avanzados espíritus y nobles almas, consagrados enteramente a materializar con sus manos en obras concretas las enseñanzas de Cristo, la entrega a la propagación de su mensaje de amor al prójimo, enseñando LA VERDAD, solo entonces podrá reclamar su esencia de origen en Jesús. Mientras eso no ocurra, seguirá su inexorable camino hacia su cada vez menos lenta desaparición, tal como ocurrió con las antiguas religiones primigenias, que al ser descubiertas sus iniquidades, sus burdas manipulaciones y falsedades, hoy sus ídolos de piedra, madera y metal solo son curiosos objetos, reliquias en los museos donde la gran mayoría de quienes los miran, lo hacen con paso apurado antes que el autopullman los deje abandonados. A Balza

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