miércoles, 31 de mayo de 2017

Bergoglio, el pobre Papa que cree en Dios.


Cuando el 16 de octubre de 1978, Karol Józef Wojtyła fue electo Papa, luego del fallecimiento de su antecesor un mes y medio antes, el mundo católico celebró su nuevo Papa sin mayores espectativas que las que su ingenua (mas bien, rudimentaria) creencia les impone: "Dios tiene un nuevo representante en la tierra". Eso, los católicos. Los políticos del primer mundo en Occidente también celebraron, pues sus apuestas estaban cuajadas: "tenemos un nuevo aliado". La elección del arzobispo de Cracovia como el nuevo papa Juan Pablo II, les indicaba que la mesa para la aniquilación del comunismo en Europa estaba servida, y ése, sería un banquete cuyo final lo cerrarían brindando con Vodka. El cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, al asomarse al balcón de San Pedro para saludar a la multitud como el nuevo Papa auto denominado "Francisco", como homenaje suyo al "santo" de Asís, les dijo: "Mis hermanos cardenales han ido a buscar al sucesor de Pedro al fin del mundo"; y quienes le oyeron en su mayoría, solo lo tomaron como un gesto gracioso del nuevo pontífice al hacer alusión a su origen en la argenta y confinada tierra del fuego sudamericana. Pero, solo unos pocos al escucharlo, inmediatamente comprendieron el valor de su verbo pronunciado por... ¿inspiración?, pues supieron que, en efecto, se trataba del Papa de el fin del mundo, del mundo sobre el que el Vaticano a reinado por 2000 años pues ese mundo existe aún solo en quienes no han advertido, que ya no existe.
A Balza.

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